El placer de esquiar sentado

Cerrad los ojos e imaginaros que nunca habéis tenido la sensación de esquiar, de deslizaros sin límite de velocidad por una pendiente, rodeados de naturaleza y olor a invierno. NUNCA. Pensad ahora, en qué despertaríais dentro de vuestro cuerpo si pudierais esquiar por primera vez, sentados sobre un mono-esquí, sintiendo como el viento os golpea en la cara o el frío os congela las ideas como nunca habíais experimentado. Aprender a bajar una pendiente por vuestros propios medios, sin perder el control, pudiendo girar y frenar donde deseéis. Me atrevería a decir que lo que te has imaginado y has creído sentir, solo se acerca a lo que experimento yo, y muchos otros esquiadores, cada vez que nos sentamos encima de un esquí.

Albert Garriga
26 años. Corredor de esquí alpino adaptado con lesión medular incompleta. Nació prematuro con siete meses y a las horas de nacer la pierna derecha le dejo de funcionar. Un infarto en la médula espinal le causó una paraplejia incompleta, tiene algo de sensibilidad en las piernas pero no puede caminar ni esquiar de pie. Usa una silla de ruedas para desplazarse y moverse en su día a día.

Muchos jóvenes sueñan con imitar los actos de sus grandes ídolos deportivos, como Ted Ligety o Aymar Navarro. Persiguen su sueño, hasta llegar o no a conseguirlo, pero sin dificultad para ponerse los esquís. Sin embargo, cuando hacer tu sueño realidad consiste en tan solo poder bajar por una pista, o deslizarte a la velocidad que lo hace un esquiador normal, hablamos de fuerza de superación
y energía por vivir. Albert Garriga es un chico que siempre ha soñado en blanco, en esquiar, en llegar algún día a competir en la Copa del Mundo, es un joven que lucha para sentirse como cualquier otro chico de su edad. Porque según él: “Es en la nieve donde casi no se nota la diferencia entre unos y otros. Allí puedo ir igual o más rápido que cualquier persona esquiando. En mi silla de esquí soy autónomo al 100% y puedo moverme por toda la estación y esquiar por dónde quiera. Nada se me resiste”.

Poder esquiar

De pequeño siempre tenia que escoger deportes que se practicaran en centros adaptados para personas con discapacidad. Fue a los 10 años cuando mis padres se plantearon la posibilidad de que esquiara como los demás compañeros de escuela, pero con una silla adaptada. Empecé a esquiar en la Molina, en el club de deportes Play and Train, promotores del deporte en personas con discapacidad a nivel lúdico y de competición. El centro da la oportunidad a personas sin capacidad de movilidad de vivir una experiencia en la nieve, guiados por especialistas. Jornadas en sillas adaptadas en las que pueden
experimentar sensaciones que no han vivido nunca. Acuden personas que van en silla eléctrica, personas que la única velocidad que han percibido ha sido yendo en coche. Cuando descienden a 70km/h por una pendiente con ayuda y una silla adaptada, les cambia el día, salen del centro habiendo vivido una experiencia única y revitalizadora.

“La primera silla que tuve era tan grande que tenían que ponerme cojines a ambos lados para no salir volando.” La primera vez que lo pruebas, necesitas ayuda, llevas un solo esquí y al quedarte parado te caes, sí o sí. Además tu único apoyo son las espátulas, y resbalan. Todo te conduce a pensar que no es la mejor sensación. Pero cuando aprendes a deslizarte por ti solo, es mágico. Esquiando puedo sentirme libre. La movilidad que tengo en mi silla de ruedas es muy limitada, por muy ágil que sea,
no tengo toda la autonomía que querría. Cuando paso a mi silla de esquí, mi libertad y autonomía se
multiplican por diez. Puedo esquiar y moverme a la misma velocidad que una persona sin discapacidad. Es un ambiente en el que ir sentado no me diferencia del resto, exploro todo lo que quiero, soy libre, y no tengo obstáculos, solo para ir al baño en algunas estaciones jajaja… Para esquiar uso una silla especial habilitada, hecha de fibra de vidrio con unos amortiguadores y suspensiones que equivalen a las rodillas de un esquiador de a pie. Esquío sentado, con una sola fijación en la que se acopla cualquier esquí de competición, y en los brazos llevo unas muletas pequeñas que me sirven como punto de apoyo y me permiten marcar el giro. Gracias a la fuerza de tronco superior realizo cada viraje, los abdominales me permiten angular con mi cuerpo y hacer girar el esquí. La inclinación es tan exagerada, que en muchas ocasiones mis costillas tocan casi en la nieve.

Cómo hacerlo
A primera hora de la mañana me dirijo a la zona de la estación en la que la nieve de la pista llega hasta el parquing. Allí puedo hacer el cambio sin dificultad, acoplo el esquí con el que quiero entrenar, y paso de la silla de ruedas a la de esquí.

No puedo hacer el cambio yo solo por lo inestable que es la silla con un solo esquí, necesito a alguien que me sostenga mientras me ato y me equilibro con mis estabilos. En mi día a día suele ayudarme mi amigo Pablo, que tiene una discapacidad auditiva. Y es aquí dónde empieza lo interesante: me he pasado más de una mañana de niebla esperando un buen rato, llamándolo a voces y haciendo señas para que me ayude a subir a la silla. ¡Pablo veeen…! Teniéndolo a menos de dos metros.

Antes de empezar con el entrenamiento hago una bajada de prueba en la que evalúo que la silla esté bien atada, como vosotros que os ajustáis las botas progresivamente. Pero yo no tengo margen de error: una bota mal atada no te catapulta fuera de la pista en cualquier momento. La silla tiene que encajar en mi cuerpo como lo hace una bota de competición en el pie de un corredor. Si me muevo un poco dentro de la silla, ya no transmito con la eficacia lo que deseo a mi esquí.

“Una vez al año realizan un clínic de amortiguadores de la silla, para reajustar la reactividad en cada
esquiador. La primera vez que me lo hicieron, salí disparado como un cohete en la primera curva con todo.” Competir y compartir Empecé con la competición en 2012, con campeonatos de España y Copa Catalana, hasta que me inicié en el circuito internacional. Acudía a carreras en otros países para obtener IPCAS que me permitieran presentarme a Copa de Europa, Copa del Mundo o incluso los Juegos Olímpicos algún día. Por ahora he conseguido la sexta posición en unos campeonatos europeos, y no me rindo. He encontrado en el esquí un proceso de empoderamiento personal que recomiendo a cualquiera, además que competir me requiere estar en muy buena forma física. Tengo la rutina de cualquier deportista profesional, entrenamiento físico de tronco superior, habilidad y velocidad de reacción, con la diferencia de que cuando quiero entrenar “cardio” soy de los únicos que sale a correr por la diagonal en silla de ruedas. Competir se hace duro en muchos momentos, como para la mayoría de esquiadores que entrenan en trazado. Entrenamos con protecciones de mountain bike además de las de esquí convencionales, porque al usar los brazos para equilibrarnos en la nieve, no podemos apartar los palos del trazado en cada viraje. De modo que si tuviera que escoger una modalidad seria la de GS, lo prefiero al SL porque no recibo “palazos” en la cara.

Siempre esquío con los mismos compañeros del club, son deportistas con hemiplejia, discapacidad visual o alguna amputación. Nuestra entrenadora sabe apreciar nuestras discapacidades de una manera muy positiva, y nos hace luchar como a todos sin compasión, lo que nos hace mejores. Hemos estado entrenando días bajo cero, y por la falta de sensibilidad en las extremidades, en más de una ocasión hemos llegado a principio de congelación.

Todos tenemos una discapacidad, pero no nos centramos en lo que no podemos hacer. Realmente toda persona necesita ayuda en algún momento de su vida, y nos demostramos continuamente que no pasa nada por pedir ayuda al compañero. Gabriel, uno de mis amigos, es un claro ejemplo de ello. Con una discapacidad visual casi completa, fue medalla de bronce en los Juegos Paralímpicos de Sochi. Suele entrenar con su guía, pero cuando éste le falla me usa a mi. “Te hago de guía, pero no te enganches mucho” le digo siempre “sino me comes”. En más de una ocasión me he visto obligado a hacer la bajada sin parar, aumentando cada vez más la velocidad creyendo así que mantendría la distancia, sin ver el momento ni la manera de frenar. No sabéis el miedo que se siente al tener un “ciego” medallista paralímpico detrás, a velocidad de infarto y soplándote en la nuca porque sino no sabe por dónde trazar.

Anécdotas como ésta, son la que nos diferencian, no existe desconfianza alguna entre nosotros. Pensar que por la calle y en pistas, yo soy el “cojo” que guía a un “ciego” de su hombro. Independientemente del tipo de movilidad reducida que tengáis, os animo a todos a probar el deporte. Viviréis sensaciones y experiencias que la silla de ruedas no nos permite. De pequeño no podía jugar al fútbol con mis amigos, esquiando puedo ir igual o más rápido que los demás, puedo disfrutar con mis amigos y  familia sin obstáculos imposibles.

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